Por: Grupo de investigación de HubBOG
En momentos de cambio profundo, el liderazgo deja de ser un asunto técnico y se convierte en un reto de transformación humana. Estamos viviendo una era donde la tecnología no solo cambia herramientas: cambia la manera en que pensamos, decidimos y competimos. Y en ese contexto, el rol del CEO está siendo desafiado como nunca antes.
Ya no basta con ser un buen administrador ni con tener experiencia en el negocio. Hoy se requiere un CEO que sea estratega, comunicador, curador de futuro, catalizador del cambio y garante de coherencia organizacional. Un CEO que no solo entienda el presente, sino que sea capaz de preparar a su empresa para futuros que aún no existen.
El principal obstáculo para innovar en muchas empresas no es la falta de ideas ni de tecnología, sino la mentalidad del liderazgo. Un CEO que sigue pensando con categorías del siglo XX —jerarquía, control, eficiencia lineal— no podrá liderar una organización que debe adaptarse a entornos exponenciales, ambiguos y profundamente interconectados.
El liderazgo en esta era empieza por reconocer que la lógica de negocios ha cambiado. Ya no se trata solo de competir en productos, sino en modelos. No basta con digitalizar procesos; hay que rediseñar cómo se crea y captura valor. Y eso implica dejar de ver la disrupción como amenaza y empezar a verla como una responsabilidad estratégica.
Un CEO que quiere controlar cada decisión está condenado a convertirse en cuello de botella. En cambio, el líder que construye capacidades distribuidas, que permite la toma de decisiones en todos los niveles, que crea espacios para la iniciativa y el error controlado, es el que libera el verdadero potencial de su organización.
Hoy, liderar es diseñar sistemas que aprenden. El CEO debe dejar de ser el que da todas las respuestas y convertirse en quien formula mejores preguntas, algo muy similar a como funcionan en la práctica los LLMs de Inteligencia Artificial Generativa. Las organizaciones más adaptativas no son las que centralizan inteligencia, sino las que la diseminan con criterio y propósito.
Cada tecnología trae consigo una forma nueva de trabajar y pensar. El CEO debe ser el arquitecto de la cultura organizacional que hará posible que esa tecnología tenga impacto real. No basta con adquirir inteligencia artificial, automatización o analítica avanzada. Es necesario rediseñar la manera en que las personas colaboran, se comunican y toman decisiones.
Este rol cultural no es cosmético: es estratégico. La cultura no es “el lado suave” de la gestión, es el sistema operativo invisible que define qué se permite, qué se prioriza y cómo se responde al cambio. Un CEO que no gestiona cultura, termina siendo gestionado por ella.
En tiempos de transformación, el silencio puede ser fatal. La gente necesita entender el “para qué” de los cambios, el sentido detrás de las decisiones difíciles, la visión que articula esfuerzos dispersos. Por eso, el CEO debe convertirse en un comunicador frecuente, empático, transparente.
No se trata solo de hacer discursos. Se trata de crear espacios de conversación genuina donde los equipos puedan expresar inquietudes, aportar ideas y sentir que hacen parte de algo más grande que su tarea individual. El liderazgo de hoy se ejerce más con preguntas abiertas que con órdenes cerradas.
Cuando la tecnología acelera todo, es fácil perder foco. Surgen muchas modas, muchos “shiny objects” tecnológicos que pueden desviar la atención de lo esencial. En este contexto, el CEO tiene el deber de proteger la visión estratégica de la empresa, aunque eso implique incomodar, decir no, y hacer apuestas que otros no entienden aún.
Ser CEO hoy es decir: “vamos hacia allá”, incluso si el camino no está completamente trazado. Es sostener convicciones en medio de la presión por resultados inmediatos. Es abrazar el largo plazo sin perder la urgencia por actuar.
La disrupción tecnológica ha redefinido el juego, pero también ha redefinido a los jugadores. El CEO ya no es solo el responsable de dirigir una empresa; es el líder que moldea las condiciones para que la empresa evolucione, aprenda y transforme.
El nuevo liderazgo no se mide solo en resultados financieros, sino en la capacidad de construir futuro. Y ese futuro empieza cuando el CEO decide no esperar que todo cambie para actuar, sino cambiar él mismo para que lo demás tenga sentido.
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